La mirada de género resalta los riesgos y vulnerabilidades específicos que enfrentan niñas y mujeres debido a las desigualdades y roles de género tradicionales y profundamente arraigados.
“Normalmente ganan menos, ahorran menos, realizan trabajos más inseguros o viven más cerca del nivel de pobreza” (Naciones Unidas).
Con un mercado laboral y una tasa desempleo con España a la cabeza en tasa de desempleo, solo por debajo de Grecia y Sudáfrica, y que duplican a la media de la Unión Europea, el impacto de género están siendo ignorados en la respuesta a la crisis del COVID-19, lo que tendrá consecuencias económicas y sociales, y agravará las desigualdades preexistentes.
En el actual contexto de erosión de los derechos y libertades de las mujeres, será vital el impulso sostenido y el liderazgo de los países más comprometidos con la Agenda 2030, pues su debilitamiento de la agenda de la igualdad de género en términos globales es una realidad, e impacta en el logro del Objetivo 5 y hace aún más difícil estrechar las brechas y revertir el retroceso que se viene produciendo en numerosos países, incluido España.
A escala global, la pandemia ha provocado la suspensión de miles de empleos, y un incremento de las cifras de desempleo. Las mujeres engrosan el mayor porcentaje de trabajadores a tiempo parcial y del trabajo informal en todo el mundo (precario y de baja remuneración), como señala un informe reciente de la OIT. Como consecuencia de la crisis causada por el COVID-19, el porcentaje de mujeres que perderán su empleo será mucho mayor que el de los hombres. Adicionalmente, y si tenemos en cuenta la evolución de anteriores crisis, a las mujeres les resultará más difícil y les costará mucho más tiempo reincorporarse al mercado laboral.
Muchas mujeres en varios países del mundo verán disminuido su acceso a la anticoncepción y a la atención pre y postnatal debido a la saturación de los servicios de salud, sobre todo en los países en vías de desarrollo. Esto aumentará los embarazos adolescentes y los embarazos no deseados, entre otros efectos, incrementando de nuevo (como ha sucedido en otras pandemias) su vulnerabilidad social y su precariedad económica.
El coronavirus golpea tres veces a la mujeres: por la salud, por la violencia doméstica y por cuidar de los otros.
El impacto de género está siendo, con excepciones, ignorado en la respuesta (global, europea o nacional) a la crisis del COVID-19 . Y, sin embargo, esta crisis afecta a las mujeres de manera muy relevante en varias dimensiones:
- Por Salud: La mayor carga de trabajo sanitario que asumen las mujeres, que constituyen el 70% de los trabajadores en el sector sociosanitario, en el que, además, la brecha salarial alcanza el 11%, según datos de la Organización Mundial de la Salud. A pesar de que las mujeres soportan la mayor carga de la atención sanitaria, la toma de decisiones, como sucede en muchos otros sectores, sigue principalmente en manos de los hombres.
- Por violencia de género: Que se ve agravada en contextos de confinamiento como el actual, en los que las mujeres se ven obligadas a convivir con su agresor. En el mundo, el 35% de las mujeres son víctimas de violencia sexual, física o psicológica, cifras que pueden incrementarse en este contexto crítico para muchas mujeres.
(Si bien en España se ha puesto en marcha una campaña específica sobre violencia de género, y se han adoptado recientemente medidas de apoyo a las trabajadoras domésticas, la transversalidad de género está ausente en el abordaje de la crisis en la casi totalidad de los países afectados o que lo serán próximamente.)
- Por cuidar de otros: Los cuidados (esenciales para abordar la pandemia) recaen mayoritariamente en las mujeres, que asumen mayor carga en las tareas domésticas y el cuidado de menores, en particular con el cierre de los colegios; en un contexto de eventual destrucción de empleo las mujeres, como hemos comentado anteriormente, parten de una situación de desigualdad en el mercado de trabajo.
Además, cada vez hay más cuidadoras de mayor edad. La persona cuidadora en una situación de normalidad se ve expuesta a situaciones de estrés, sobrecarga física, emocional e incluso aislamiento social por la incomprensión y estigma de la discapacidad.
Algunas medidas sobre el de impacto de género podrían ser:
- El reparto de cuidados. Multitud de estudios muestran que las cargas de cuidados es soportada en su mayoría por las mujeres. Los datos del INE acerca de horas semanales dedicadas a este tipo de actividades, excepto en el cuidado de nietos y nietas, es siempre superior en el caso de la mujer que del hombre.
En 2017, el 92% de las excedencias para cuidado de niños menores de 12 años fueron solicitadas por mujeres, también sabemos que el segundo motivo por el que las mujeres dicen que trabajan a tiempo parcial es para cuidar, el primero es porque no encuentran trabajo a tiempo completo.
- Tener en cuenta las personas con diversidad funcional, o discapacidad. En Europa alrededor de un 15% de la población presenta algún tipo de discapacidad siendo un colectivo en riesgo de exclusión, que no reside únicamente en la persona, sino que debe ponerse el foco en la sociedad y en el entorno no incluyente y con carencias de accesibilidad.
Es un solapamiento dado por: las discriminaciones por razón de género y discapacidad, unido a la estructura del propio mercado laboral provoca la interiorización de los supuestos déficits que finalmente son asumidos por las propias mujeres.
Según los datos del Observatorio de Discapacidad, aunque cada vez hay más hombres cuidadores informales, estos siguen dedicando menos horas a estas tareas, y la mayor parte de las personas cuidadoras siguen siendo mujeres en todos los tramos de edad.
- Tener en cuenta el riesgo de pobreza de las familias monomarentales es de más del 50%, y el 52% de esas familias se encuentran excluidas del mercado laboral o extremadamente precarizadas.
- Contar con los mayores dependientes. En 2017, el 83% de las excedencias concedidas en España para el cuidado de familiares dependientes o enfermos de larga duración fueron concedidas a mujeres. Pero, qué pasa cuando no hay una mujer que coja esa baja, que esa situación se traduce en soledad no deseada y más aún con riesgo de enfermedad.
Según la Encuesta continua de Hogares del INE, en 2019, 4,7 millones de personas viven solas en España, de las cuales, el 43% de ellas son mayores de 65 años y de ellas, casi el 72% son mujeres.
En un sistema donde el gasto social está asociado al mercado laboral, una precaria inserción en el mismo genera unas precarias prestaciones sociales. Las pensiones no contributivas están por debajo del umbral de la pobreza y la mayor parte (70%) son percibidas por mujeres, y la pensión media (de todos los regímenes) de las mujeres es un 70% respecto a la de los hombres.
Con estos datos es claro que las atenciones de los cuidados no pueden ser contratados, lo que redundará en un incremento de la soledad no deseada en mayor proporción en el caso femenino.
Se pueden implementar medidas que mitiguen el impacto de género de las medidas del virus, pero sobre todo, se debería mirar a largo plazo y reforzar los sistemas de bienestar.
Crear conciencia hacia el igualitario reparto del trabajo doméstico no remunerado entre hombres y mujeres. Corresponsabilidad, reparto de tiempo, organización…
La igualdad de género y más en tiempo de crisis, es cosa de todos, ¡actuemos!
Bibliografia:
- https://www.who.int/hrh/resources/gender_equity-health_workforce_analysis/en/
- https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1111/j.1466-7657.2007.00586.x
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- https://datosmacro.expansion.com/paro/espana
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Fuente: www.prevencionar.com