Si damos por aceptado como una de las acepciones más difundidas, que esta nueva globalización, es la “globalización 4.0”, en la era de la “4ta. Revolución Industrial” o “Industria 4.0” como otros le llaman, por qué no pensar también en alguna forma de evolución más asertiva sobre el accionar de las organizaciones sociales y los sindicatos para promover servicios públicos de calidad al alcance de todas las personas, que sean más democráticos, robustos, modernos y eficientes en su gestión.
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Trabajo y Democracia Hoy
Para tener una mejor comprensión sobre los alcances y dimensión de los cambios y transformaciones cada vez más disruptivos, asociados con las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial y el uso extensivo de la internet de las cosas (IoT) desde distintos dispositivos, como los teléfonos celulares inteligentes (smartphones), tabletas, ordenadores, aparatos electrodomésticos interconectados, entre muchos otros que están fuera de nuestro imaginario, es importante saber que así como crece el uso de dispositivos conectados a la internet, así crece también el nivel de desconfianza entre los usuarios.
En un informe publicado por Digital Global 2019, actualmente en el mundo existe 5,11 mil millones de usuarios de teléfonos celulares, 4,39 mil millones de usuarios de Internet en 2019 y 3,48 mil millones de usuarios de redes sociales, siendo Facebook quien acapara en este 2020 la mayor cantidad (2,449 millones de usuarios), un 7,8% más que en el 2019.
Detrás de toda esta mega industria tecnológica y su exponencial uso cada vez mayor, está también el interés de compartir nuestros datos con información personal, familiar, laboral y financiera, con “mega empresas” como Facebook, Amazon, Microsoft, Google, quienes a su vez venden esta información a uno o varias agencias que procesan datos (data brokers) con fines de estrategia comercial y política. Tal fue el caso hace un par de años del escándalo de la multinacional, “Cambridge Analytica”, quien proporcionó a Facebook en forma inapropiada datos de 87 millones de usuarios, los cuales fueron utilizados para favorecer la campaña del presidente Trump. Después de un año de investigaciones, la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos (FTC, por sus siglas en inglés) ordenó a Facebook pagar US$5.000 millones como sanción por las malas prácticas en el manejo de la seguridad de los datos de los usuarios votantes en ese país. Otro caso recientemente conocido por algunos medios informativos internacionales, en medio de la pandemia que azota al mundo, es el de Amazon, quien ha aprovechado su monopolio en los Estados Unidos y la crisis del Covid-19, para acrecentar sus ganancias ante un alto volumen en sus ventas, más que en época de navidad, lo cual se ha visto notoriamente reflejado en su valor bursátil, acumulando máximos históricos. Pese a ello Jeff Bezos, dueño de “Amazon”, parece no haber mostrado interés en retribuir parte de estas ganancias a la crisis actual.
En los grupos de poder de las grandes élites corporativas, existen muchas otras malas prácticas, un ejemplo de ello es cómo actúan, las grandes industrias farmacéuticas quienes en forma inescrupulosa utilizan información sensible proveniente de la data de los países, para determinar qué tipo de medicamentos colocar en el mercado, según su importancia patológica y el costo-beneficio.
A propósito del COVID-19 y la pandemia mundial, no es de extrañar la anteposición de una actitud mezquina en la fabricación de una cura, dado que el tema económico es una prevalencia en lugar del bienestar y la salud de las personas. Sin temor a equivocarme, una lección aprendida para nuestros gobiernos es que a partir de esta pandemia el costo social y económico tan alto, este modelo económico neoliberal liderado por las grandes élites del poder global, habrá de tomar otro rumbo, toda vez que las instituciones de la gobernanza mundial e importantes líderes políticos, han reconocido que, de haberse robustecido los servicios públicos sanitarios, dotándolos de personal capacitado, respiradores, camas y equipos de protección personal (EPP), muy probablemente este impacto habría sido mucho menor al que ahora nos lamentamos.
Ante este sombrío panorama, nuestra interrogante mayor, debería estar enfocada en cómo identificar nuestros más importantes desafíos ante las distopías tecnológicas, que poco a poco nos van deshumanizando y ejerce una fuerte presión sobre nuestra conducta personal y nuestros valores.
El historiador Yuval Noah Harari, en su último libro “21 lecciones para el siglo XXI”, nos ha compartido la siguiente reflexión: “La fusión de la infotecnología y la biotecnología es una amenaza para los valores modernos fundamentales de la libertad y la igualdad. Cualquier solución al reto tecnológico tiene que pasar por la cooperación global. Pero el nacionalismo, la religión y la cultura dividen a la humanidad en campos hostiles y hacen muy difícil cooperar globalmente”.
Permanecer colocados dentro de una esfera dominada absolutamente por quienes ejercen el control en línea de nuestra información, es a mi modesto entender uno de los más graves peligros para someter el cerebro humano bajo el control de quieres manejan desde el anonimato, los hilos del poder corporativo.
Es, así pues, como los valores societarios y colectivos empiezan a escasear por una carrera desenfrenada contra el tiempo para encajar en un mercado laboral impregnado de valores exiguos que impone la precarización de los empleos y la pérdida de derechos consagrados en la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Por tanto, tenemos la imperiosa tarea de empezar a encontrar respuestas robustas e inteligentes (estratégicas) con miras a potenciar el rol que jugamos las y los trabajadores; así como los sindicatos, las organizaciones sociales, juveniles, femeniles, ambientalistas y profesionistas y académicas de cara a los inevitables cambios como consecuencia del “futuro del trabajo” y los “inciertos trabajos del futuro”.
Bajo esa lógica, no debería quedar por fuera en nuestro análisis y debate cómo será también el “futuro del capitalismo”, visto esto desde una lectura interpretativa de las disrupciones actuales que acrecientan vertiginosamente las innovaciones tecnológicas, que por cierto son muy limitadas al dominio público y que por el contrario, en forma desigual benefician a los grandes intereses corporativos.
La construcción de nuevos algoritmos y el uso de la digitalización sin una verdadera protección de la data, así como la automatización, la robotización, la inteligencia artificial y la telefonía de última generación (5G) y hasta las impresiones en 3D, deben forzosamente constituirse en herramientas que fortalezcan nuestro Estado-Nación, cuya piedra angular se sostiene en el pilar del bienestar colectivo en disfrute de la paz, la democracia y la justicia social.
Al margen de la actual crisis, algunos críticos del neoliberalismo, entre quienes se encuentra el Papa Francisco, advierten con sobrada razón que el capitalismo habrá de tener otro rostro, por cuanto su modelo conservador y salvaje, no puede continuar acuñando indolentemente tanta riqueza.
Por otro lado, hay quienes también señalan con preocupación que ese mismo modelo se ha transformado en lo que algunos llaman “neocapitalismo”, que al fin de cuentas es el mismo capital, vestido con un nuevo ropaje de emperador, para dominar esta nueva era de la “globalización tecnológica y de las telecomunicaciones (TiC´s)”.
Si damos por aceptado como una de las acepciones más difundidas, que esta nueva globalización, es la “globalización 4.0”, en la era de la “4ta. Revolución Industrial” o “Industria 4.0” como otros le llaman, por qué no pensar también en alguna forma de evolución más asertiva sobre el accionar de las organizaciones sociales y los sindicatos para promover servicios públicos de calidad al alcance de todas las personas, que sean más democráticos, robustos, modernos y eficientes en su gestión.
La OIT en el marco de la celebración de su centenario en 2019, creó una comisión mundial de expertos para abordar algunas recomendaciones sobre el “futuro del trabajo”, cuyo informe intitulado “Trabajar para un Futuro más Prometedor”, hace una serie de referencias y recomendaciones importantes, así como advertencias a tomar muy en cuenta frente a los desafíos que necesariamente debemos asumir ante este transcendental dilema del cambio.
Y no existe razón más importante porque antes de la declaración de la pandemia del coronavirus en los Estados Unidos, ya se nos advertía que para los próximos 20 a 30 años, en este país se desplazarían cerca de un 43% de los empleos habituales, por las nuevas tecnologías.
El entonces presidente del Banco Mundial, Jin Yong Kim, durante la conferencia de la Organización Mundial de Comercio (OMC), Buenos Aires, 2018, advertía que dos tercios (2/3) de los empleos habituales en países en vías de desarrollo se perderían. Aunque, a decir verdad, también dijo que se generarían otros empleos, con nuevas capacidades generadas por los procesos de innovación tecnológica que irán a compensar al mercado laboral y la fuerza de trabajo bajo estas nuevas modalidades.
Ante esta nueva realidad, sería inevitable contener un desplazamiento de la fuerza laboral, en otras disciplinas profesionales, igual o menos complejas, frente a la adopción de las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial. Por ejemplo, se cree que un 80% de los profesionistas en ciencias médicas verán afectados sus puestos de trabajo por el uso de la robótica y la elaboración de nuevos algoritmos en la detección y diagnóstico temprano de las enfermedades.
Desde ya, es ineludible pensar responsablemente sobre estos cambios disruptivos, que afectarían igualmente a trabajadores manuales, administrativos y de otras disciplinas técnicas y profesionistas, no sólo provenientes del ámbito privado, sino que también de los servicios públicos centralizados y descentralizados, del gobierno federal, estadual y de los municipios.
Creer que la construcción de nuevos algoritmos más sofisticados, capaces de procesar millones de datos por segundo, así como sustituir el trabajo habitual por la adopción de nuevos sistemas automatizados y robotizados, no nos afectará, es un grave error.
Por tanto, es inevitable con suprema responsabilidad que los sindicatos y otras organizaciones sociales, comiencen a debatir sobre esto. Con ese propósito me he atrevido proponer los siguientes puntos a fin de provocarles en esta impostergable discusión:
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Tener al menos una noción básica e ir un poco más allá en el conocimiento e investigación, sobre cómo funcionan y a que sectores productivos están encaminados estos procesos tan acelerados de cambios y transformaciones tecnológicos, así como del uso de la internet de las cosas (IoT). No quedarnos únicamente con el uso de las herramientas y aplicaciones contenidas en nuestros teléfonos inteligentes (smartphones) y la internet.
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Conocer, cómo nos ha afectado a la clase trabajadora y a la sociedad, los procesos históricos de la automatización productiva y cómo hemos sabido evolucionar a través de los tiempos, a fin de hacer nuestros propios análisis y trazar una ruta segura.
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Montarnos en el tren del desarrollo tecnológico y sacar ventaja de ello, no implica necesariamente renunciar a nuestras convicciones ideológicas y de lucha de clase. Por el contrario, es ineludible nuestra responsabilidad histórica para responder a las nuevas generaciones bajo una visión humanista, progresista y evolutiva y desprendida de todo tipo de prejuicio.
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Transitar el modelo de sindicato actual a uno más organizativo y dinámico de cara a estas transformaciones, con miras a seguir impulsando un sindicalismo propositivo, vanguardista, previsor y luchador, que sea capaz de evolucionar con una más eficiente gestión hacia un sindicalismo 2.0.
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Debemos necesariamente pasar a la ofensiva sindical haciendo efectivo el contrato social por el reconocimiento de la libertad sindical, el derecho a la negociación colectiva y el fortalecimiento del diálogo social y la democracia.
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Establecer acuerdos y convenios de cooperación con centros de formación y de capacitación para profesionalizar a nuestros compañeros y compañeras a fin de adecuar sus capacidades y mejorar su desempeño laboral en forma más competitiva e impedir así la precarización laboral y asegurarnos trabajo decente real y efectivo.
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Hacer que los servicios públicos sí funcionen y que sean de una mejor calidad, obligando a que los ricos paguen lo justo y que la digitalización de uso público, se constituya en una herramienta eficaz contra la evasión fiscal, la elusión y la corrupción y sirva al mismo tiempo para mejorar y transparentar la gestión pública.
Nuestra lucha política y social debe estar encaminada a acabar con el “colonialismo digital”. Con ese objetivo, apoyar de manera inclaudicable todas aquellas luchas globales y locales para reducir la brecha digital y hacer que en nuestros países los derechos digitales, sean declarados y reconocidos como un “derecho humano”, al igual que la salud, el agua, la energía y la educación como servicios esenciales.
Para cada interrogante que nos tracemos, encontraremos más que una respuesta: no permitamos que otros piensen y actúen por nuestras propias decisiones. Aquí no se vale decir… “sálvese quien pueda”.